Por: Mauricio Gómez Amín, Senador de la República
La relación entre Colombia y los Estados Unidos ha sido, por décadas, uno de los pilares más sólidos de nuestra política exterior. Juntos hemos trabajado en seguridad, comercio, educación y desarrollo, avanzando hacia el progreso común. Sin embargo, en los últimos años este vínculo se ha debilitado por decisiones erradas, mensajes confusos y una diplomacia improvisada que ha puesto en riesgo la confianza internacional en nuestro país.
La reciente decertificación de Colombia en la lucha contra las drogas por parte del gobierno de los Estados Unidos —algo que no sucedía desde hace 28 años— es una señal de alerta que no podemos minimizar. Este hecho refleja el profundo deterioro de la relación bilateral y el impacto de una política exterior errática. No se trata solo de un gesto diplomático: implica consecuencias económicas, comerciales y políticas que pueden afectar directamente la cooperación internacional y el bienestar de millones de colombianos.
El retiro de la visa al presidente Gustavo Petro por parte del gobierno estadounidense no es un hecho aislado, sino la consecuencia del deterioro de la relación bilateral. Cuando un gobierno se aleja del diálogo y confronta a sus aliados, las consecuencias las pagan los ciudadanos: la incertidumbre política, la caída de la inversión y la pérdida de empleo. Colombia no puede vivir de tensiones diplomáticas ni de discursos que dividen; debe reconstruir los puentes que otros han roto y recuperar su credibilidad internacional.
En mi gobierno, recuperaremos el trabajo conjunto con nuestro mayor socio comercial, sobre bases de cooperación, transparencia y beneficio mutuo. Fortaleceremos los tratados comerciales, impulsaremos la innovación, la tecnología, la educación y la seguridad compartida. Una política exterior seria y coherente será el primer paso para que el país vuelva a ser un aliado confiable, capaz de generar confianza y atraer oportunidades.
La muerte de Miguel Uribe fue más que un hecho trágico: fue un atentado contra mi generación, una generación que muchos pretenden callar, pero que hoy asume la responsabilidad de levantar la voz. Ese episodio me marcó profundamente y me motivó a dar este paso: servir a Colombia desde la Presidencia. Entendí que la violencia no puede silenciar la política decente, ni apagar la esperanza de quienes creemos en el mérito, la preparación y la transparencia.
Nuestro país necesita dejar atrás la improvisación, el aislamiento y la confrontación. La unidad no se impone, se construye, y comienza por creer nuevamente en nosotros mismos, en nuestras instituciones y en las alianzas que nos han permitido avanzar. Reconstruir la confianza internacional va de la mano con sanar nuestras divisiones internas, con una nueva generación de liderazgo que actúe con propósito, resultados y visión.
Reconstruir a Colombia ya no es una consigna, es una tarea urgente. Reconstruir la confianza, la economía y las relaciones internacionales será el compromiso de mi gobierno. Con la fuerza de una generación que no se rinde ni se deja silenciar, devolveremos al país la esperanza, el respeto y el lugar que merece en el mundo.