El preocupante análisis de las inversiones chinas en Colombia y América Latina

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Por: Luis Zúñiga
Analista político – Exdiplomático

La experiencia histórica, muchas veces ignorada o desechada, tiene un valor extraordinario para los estadistas y los analistas políticos. Esa experiencia muestra que las relaciones con países comunistas nunca han sido positivas. Cuando el régimen chino adoptó el capitalismo como tabla de salvación económica, estadistas y analistas de muchas latitudes creyeron que la dictadura china iba a cambiar.

El capitalismo “disparó” la economía china y las empresas privadas cumplieron con la experiencia histórica de generar riqueza. Sin embargo, la mentalidad política comunista del régimen chino no cambió, sino todo lo contrario, vio la riqueza creada como una gran oportunidad para materializar sus aspiraciones hegemónicas globales.

En Colombia, los más grandes proyectos de infraestructura en transporte y minería han sido adjudicados a empresas chinas. Hay quienes aplauden estas iniciativas, pero un creciente número de colombianos ve con preocupación el tema de la violación de los derechos humanos en China y su expansión en la región, como lo demuestran encuestas de opinión respetables.

La llegada al poder de Gustavo Petro en Colombia, como es apenas predecible, supone un mayor acercamiento a China teniendo en cuenta la filosofía comunista del exguerrillero. De hecho, Petro ya fue a visitar a Xi Jinping para continuar endeudando a su país con la dictadura china.

Pero analicemos el contexto regional. Después de conseguir que varios gobiernos latinoamericanos cortaran sus relaciones con Taiwán y las iniciaran con China comunista, bajo una combinación de ofrecimientos de inversiones millonarias y de coacción política (Dominica en 2004, Granada en 2005, Costa Rica 2007, Panamá 2017, El Salvador 2018, República Dominicana 2018 y Nicaragua 2021), la abrumadora mayoría de las promesas se quedaron solamente en palabras y en una muy desigual balanza comercial a favor de China.

Granada y Dominica lo único que han conseguido son pequeños proyectos de carreteras que en términos generales han estado bajo la sombra de posible corrupción.

Costa Rica, por ser la primera en aceptar la influencia de China comunista, recibió, inicialmente, una lluvia de ofertas. Sin embargo, las condiciones para la ejecución de los proyectos tenían que estar a cargo de empresas establecidas en China, con material y maquinarias chinas, incluso con trabajadores traídos de China que originaron serios problemas con las leyes del país.

La experiencia de República Dominicana no es muy diferente. De los 18 memorándums de entendimiento firmados entre China y República Dominicana, muy pocos se materializaron.

A lo largo de los cinco años de relaciones diplomáticas, los dominicanos han propuesto proyectos importantes para el país, incluyendo un ferrocarril que atravesaría la frontera entre Haití y la República Dominicana. No obstante, a todos estos proyectos los chinos sólo respondieron con promesas no comprometidas de estudios de viabilidad y préstamos en condiciones favorables. En resumen, poco o nada.

Panamá firmó con China 19 acuerdos, incluido un memorando para “la promoción del comercio e inversiones” que facilitaría el ingreso de productos panameños a China. El gobierno panameño esperaba una lluvia de millones de dólares para obras de infraestructura, como puertos, carreteras y plantas energéticas, además de un cuarto puente sobre el Canal de Panamá y una tercera línea del metro capitalino.

Ambos países se comprometieron también a estudiar un tratado bilateral de libre comercio e impulsar las inversiones en energía, logística y construcción, sectores en que el Banco de Desarrollo de China colaboraría para “la financiación de esos grandes proyectos de infraestructura en Panamá”.

Pekín prometió que estudiaría construir un ferrocarril desde Ciudad de Panamá hasta la frontera con Costa Rica. Además, los buques con bandera panameña recibirán tarifas especiales en puertos chinos. La abrumadora mayoría de los proyectos quedaron en “un cuento chino”. Lo que sí se materializó es que la empresa china Hutchinson Whampoa, a través de su subsidiaria Panama Ports Company (PPC), obtuvo la concesión de dos de los cuatro principales puertos del Canal de Panamá: Balboa (en el Pacífico) y Cristóbal (en el Atlántico) y que la empresa estatal china, COSCO, participó en el proyecto de ampliación del canal de Panamá.

La experiencia suramericana es algo diferente y más parecida a la africana. China controla las dos principales minas de cobre de Ecuador y la mayor parte de la industria del petróleo. La empresa estatal china State Grid International Development controla la distribución de electricidad en Chile.

Huawei, el gigante de telecomunicaciones de China, es el mayor proveedor de equipos de esa materia en Brasil. China también controla y opera el segundo puerto de contenedores más importante de Brasil, el puerto de Paraguaná, y actualmente está construyendo un nuevo puerto en San Luis, capital del estado Maranhao.

En Argentina, la planta nuclear que China acordó construir en las afueras de Buenos Aires, desde hace casi dos años, todavía no ha comenzado sus obras. En Perú, la empresa de contenedores china COSCO, está construyendo en Lima un puerto de contenedores de aguas profundas a un costo de $600 millones. ¿Terminará ese puerto en manos chinas?

En enero pasado, Bolivia firmó un contrato con las empresas chinas CATL PRUNP & CEMOC para la producción directa del litio de los lagos salados Uyuni y Coipasa. Se calcula que en esos dos lagos existen 21 millones de toneladas de litio, de hecho, las mayores reservas del mundo.

El comercio de China con las naciones suramericanas sigue el mismo patrón africano: Extracción de los recursos naturales con poco valor agregado y exportación masiva de productos manufacturados de mayor valor agregado. La balanza comercial con todos esos países es abrumadoramente a favor de China.

En resumen, las “nuevas” relaciones del mundo subdesarrollado con el gigante comunista de Asia han estado dominadas por la frustración. Es hora de que países como Colombia abran los ojos y que no sigan creyendo en los “cuentos chinos”.

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