Por: José Amar Amar
Basta mirar las preocupaciones de la clase política de estos días, mientras muchos habitantes están sufriendo las carencias y la violencia, la agenda política ha estado centrada en la posibilidad de una constituyente o si el presidente Petro busca reelegirse. Definitivamente, el tren del progreso del país sigue averiado.
El sábado de la pasada semana decidimos pasar el puente festivo en Santa Marta. Todo iba bien hasta llegar al corregimiento de Pueblo Viejo. Como ya es costumbre, los pobladores se habían tomado la carretera, porque llevaban mucho tiempo sin luz y sin agua.
Con el conductor vimos la posibilidad de ingresar por una variante entrando al pueblo. Me causó curiosidad porque, hace unos treinta años, junto al director nacional de Bienestar Familiar, Jaime Benítez, montamos los primeros Hogares Comunitarios de Bienestar. Una vez ingresado al corregimiento, pobladores atravesando cordeles en la calle empezaron a cobrarnos una gran cantidad de peajes hasta llegar a un lugar donde una treintena de personas nos bloquearon el camino con piedras. El problema se solucionó gracias a un mediador, donde cada auto aportamos diez mil pesos.
En esa media hora de tensión, me puse a reflexionar, y cuesta creer que volver a un lugar treinta años después y nada ha cambiado: las viviendas precarias, las calles llenas de barro y aguas estancadas, en esos momentos sin agua y sin luz, y las personas con apariencia desgreñada. Una pobreza que dan ganas de llorar, el único cambio es que ahora hay más casas precarias, algunos migrantes venezolanos, y se percibe en los rostros de jóvenes y adultos tristeza y algo de rabia.
¿Dónde están los recursos que en los últimos treinta años los distintos gobiernos han destinado para reducir la pobreza? ¿Por qué Tasajera, Pueblo Viejo y Ciénaga siguen igual o peor? Si ese dinero se hubiese dado mediante transferencia directa a las personas seguramente estarían mejor.
Paradójicamente, estoy leyendo el libro Poder y progreso, de los autores Acemoglu y Johnson, donde se refieren a lo que denominan el tren del progreso, para describir los beneficios compartidos que genera la idea sencilla de la productividad. Al aumentar la productividad se genera más puestos de trabajo, mejores salarios y mayor bienestar.
Este tren del progreso en Colombia está averiado. Hay un abismo que separa a millones de colombianos que viven padeciendo la pobreza. Mientras el mundo del progreso dispone de unas herramientas increíbles como la resonancia magnética, el internet, las vacunas, los robots industriales, submarinos nucleares, y controla enfermedades mortales, como la tuberculosis y la neumonía, la gran preocupación de los habitantes de Tasajera y Pueblo Viejo probablemente sea si hoy día vamos a poder comer.
Hace algún tiempo leí un ensayo en el que señalaban que los colombianos éramos huérfanos, carentes de un Estado protector, ausentes de una voluntad política para lograr que sus habitantes salgan de la pobreza. Basta mirar las preocupaciones de la clase política de estos días, mientras muchos habitantes están sufriendo las carencias y la violencia, la agenda política ha estado centrada en la posibilidad de una constituyente o si el presidente Petro busca reelegirse. Definitivamente, el tren del progreso del país sigue averiado.